SOFIA Y ANTONIO: TENERIFE
Esta historia -ficticia- está dedicada a Sofía y Antonio, cuyo pseudo en Antonioplayablanca
Tanto Patricia como yo, esperamos les guste y, por supuesto, la disfruten… al igual que quien pueda leerla.
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Sofía y Antonio son una pareja de Tenerife, de poco más de 40 años, y nosotros (Patricia y Luis), tenemos casi 60 y vivimos en Tarragona.
Ninguno habíamos practicado el intercambio de parejas y las veces que Patricia y yo habíamos comentado esa posibilidad la habíamos desestimado, no por no encontrar la pareja idónea para ello, sino simplemente porque en esos momentos a uno de los dos, o a los dos no nos apetecía y ni tan siquiera buscamos.
Nuestras relaciones siempre han sido muy satisfactorias, pues se han basado en hacer aquello que ambos hemos deseado, sin forzarnos uno a otro en nada, y con el paso de los años he de decir que hemos hecho casi todo lo imaginable entre una mujer y un hombre adultos, excepto sado –sí algo de bondage suave- y penetración anal –a mí-.
No somos una pareja liberal, ni un matrimonio abierto, sino una pareja normal que siempre ha buscado disfrutar y hacer disfrutar al otro lo máximo posible, sin ocultarnos nuestras fantasías –las hemos hecho realidad si a los dos nos ha apetecido- y prefiriendo la masturbación de uno frente a otro cuando a uno de los dos no nos apetecía hacer el amor –o las circunstancias lo impedían- cerrando los ojos y diciéndole al otro lo que haría, cómo y con quien –nos ha ido muy bien hacerlo de éste modo-.
Conectamos por aquí; les envié una invitación a unirse a mis contactos, aceptaron y luego intercambiamos algún mensaje por privado, al que siguieron otros más, algunos de ellos por su parte en tono sensual e invitador, me revelaron, y vi en sus historias, que tenían una fantasía de Sofía con un dermatólogo, estaba yo de viaje y aburrido por la noche, relajado –me había masturbado por teléfono con Patricia- y me puse a escribirla; pasaron unos días hasta que terminé y la publiqué: obviamente les dije que la escribiría, que la publicaría y que si no les gustaba, la borraba.
Antonio me contó que no sólo les había gustado, que además les había excitado sobremanera, y que aquella noche habían disfrutado especialmente los dos pensando que la hacían realidad y les encantaría que así fuera o que hiciésemos un trío, o un intercambio con nosotros.
No me sorprendió su propuesta; no ya por el valor o morbo del relato en sí mismo, sino porque lo escribí pensando en su fantasía y porque en su perfil indicaban que a Sofía le gusta exhibirse y les gusta el intercambio de parejas.
Les expliqué cuál era nuestra postura al respecto, lo casi imposible que sería, pero que si a Sofía le gustaba exhibirse, sin problemas en que nos intercambiásemos algunas fotos –que no revelasen nuestra identidad-, pues cuando íbamos a buscar nuestro primer hijo, a Patricia se le ocurrió que hiciésemos fotos y vídeos de nosotros antes de quedarse embarazada, durante y después; a las fotos siguieron algunos vídeos íntimos –entre 5 y 7 por año- que hoy nos traen gratos recuerdos y contamos con un archivo de los últimos 30 años, y ni a Patricia ni a mí nos importa desde un tiempo compartir nuestros archivos íntimos con algunas muy pocas personas–sin revelar nuestra identidad, lo cual sólo sé cómo se hace con fotos, no con videos-, pues pensamos que si a alguna pareja, o mujer le ayudan a disfrutar de un momento de placer… ¡fantástico!.
Me envió algunas fotos de Sofía, que si de rodillas en la cama enseñando el culito, que si en la playa en topless, que si en una playa nudista, que si de joven. Sofía… ¡muy bien!, fotos un poco “sosas”, carente no ya de morbo –de eso nada-, sino de sensualidad, de provocación.
Le envié algunas de Patricia, no especialmente explícitas, pero sí de las que me parece que revelan más su sensualidad y me dijeron que les encantaron, que habían vuelto a leer mi relato, que se habían vuelto a excitar con él y con las fotos de mi esposa y a pasar otra noche muy buena y, aunque según me dijo Antonio a Sofía le daba vergüenza –pese a lo que indicaban en su perfil-, una de Sofía con su sexo semiabierto y en el exterior la leche de Antonio, junto a comentarios y propuestas en línea con los que ya había hecho.
Entendí, por la inhibición que me reveló Antonio de Sofía, que básicamente era una pareja que se sentía excitada por la posibilidad de exhibirse y de hacer un trío o intercambio y al igual que otras veces, les expliqué cuál era nuestra postura, y les envié algunos fotos de Patricia y mías ya más explícitas, en las que se nos ve practicando un 69, haciendo el amor y, ¡cómo no!, mi leche saliendo del sexo de Patricia, pero vamos, sin abrirse de piernas para que se vea, o cosa por el estilo, sino del modo natural que se produce, pues aunque alguna tenemos con Patricia en plan casi porno, levantando sus piernas y abriendo su sexo para mostrar cómo sale… son sólo una pocas –en los años que llevamos- y de esas no me pareció oportuno compartirlas. Lo natural. El resto para los actores.
Lo único que pretendía era mostrarles que el sexo es lo más natural del mundo, que si les apetecía exhibirse de modo anónimo hay que procurar romper con los tabús –se hace poco a poco- y si les excitaba ver nuestras fotos haciendo el amor, pues… ¡que las disfrutasen!
Nuestras conversaciones siguieron en línea con las anteriores, pero por vez primera les pasé fotos de Patricia –con su permiso-, vestida, con la cara descubierta –sin difuminar-, diferentes, de las muchas que tenemos, hasta que un día –también con el permiso de Patricia-, intercambiamos un par de fotos de nuestras esposas desnudas y con la cara descubierta.
Poco a poco no es que las conversaciones fueran subiendo de tono, sino ganando en profundidad; quedó claro que Sofía y Antonio, al igual que nosotros, nunca habían hecho trío o intercambio de parejas y lo que empezó por su parte con un “si un día decidimos hacerlo, sería con vosotros”, pasó al cabo del tiempo al planteamiento no ya de que lo hiciéramos, sino de si no nos parecía mal intentarlo.
Comenté el tema con Patricia y tras pensarlo, no nos pareció mal intentarlo con algunas condiciones muy simple: en habitaciones separadas y sin compromiso de hacer o no hacer nada, es decir, si llegado el momento a alguno de los 4 no nos apetecía, pues no ocurriría nada, o si habíamos dado el paso de ir a la habitación, si alguno decía no, pues que los otros hicieran lo que quisieran pero si alguien de la pareja de turno dice no, es no y ya está.
Poco más: respeto, hacer lo que a las dos partes les apeteciera y sin comentar nada entre los cuatro de lo ocurrido o no –Patricia y yo decidimos no comentar nada entre nosotros, ocurriese o no algo-.
Algo en sí mismo espontáneo, natural y por el simple motivo de que en un momento dado pensamos nos apetecía y si llegado el momento era que no, pues habríamos pasado unos días de vacaciones en Tenerife, disfrutando de la compañía de una pareja maravillosa y… ¡nada más!
Desde mi empresa reservamos 2 suites en plantas diferentes en un 5 estrellas de Tenerife: de jueves a lunes para nosotros y de sábado a lunes –era festivo-, para Sofía y Antonio. Nos pareció lo apropiado pues, al fin y al cabo, las condiciones fueron nuestras.
Llegamos el jueves por la tarde, nos instalamos en el hotel, cenar, hacer el amor y a dormir.
El viernes sesión matinal de placer mutuo, ducha, desayuno, playa, comida, paseo por la capital, cena, hacer el amor y a dormir, y sábado por la mañana mismo plan que el viernes salvo que a las 10.00, tal cual habíamos quedado, aparecieron Sofía y Antonio; nos saludamos con la alegría de conocernos en persona y con los nervios de quienes, en unas horas y por vez primera en su vida, iban a estar compartiendo habitación con otra pareja y conscientes de lo que ello podía suponer.
Fuimos a una playa nudista y los típicos comentarios de lo bien que nos conservábamos todos, de lo bien que se estaba y de lo bonita que era Tenerife –nosotros hemos estado en varias ocasiones-, y de la suerte en conocernos, vamos, sin el más mínimo comentario al objeto de nuestro viaje y su presencia.
Sofía y Patricia fueron a dar un paseo y tras unos cuántos piropos mutuos sobre nuestras mujeres, le pregunté a Antonio: “¿cómo es, en concreto, Sofía en la cama?”.
Antonio se quedó un poco “cortado” por mi pregunta, y cuando entendí que iba a empezar a decirme el qué le gustaba o no, lo que hacía o lo que dejaba de hacer y cómo le dije: “No Antonio, que no quiero que me digas si la chupa o no, cómo lo hace, si le va el coito anal o no, ni si ella encima o subida en el armario. Eso ya lo descubriremos los dos si nos apetece, que no sólo cada mujer es diferente, sino que además depende del momento. Me refiero a esas cosas que generalmente suelen excitarles, que si un besito aquí, una lamidita allá, un toque en un sitio y otro, un azotito en las nalgas, vamos, lo que generalmente nunca falla cuando queremos excitarlas pues, llegado el caso, lo que se trata es de que las dos partes disfrutemos. Seguro que ellas no se lo cuentan, que en estas cosas a los hombres poco hace falta para excitarnos”.
Antonio soltó una carcajada y nos pasamos la información correspondiente de lo que a nuestra pareja más le excitaba, pues si el tema prosperaba, lo disfrutarían más y, con su disfrute, nosotros también.
Se acabó la sesión de playa, a comer al centro y paseo por la ciudad hasta llegar al hotel poco antes de cenar; cada cual a su suite, ducharnos, arreglarnos, coger yo una bolsita con lo imprescindible: toallitas de higiene íntima, lubrificante durex de sabor a fresa por si había que aplicarlo antes de comer algo y de aloe vera por si entraba en el agujerito estrecho de Sofía, un par de “juguetes” similares a los que Patricia utiliza por si se presentaba la ocasión de utilizarlos, colonia y loción para la ducha de la mañana siguiente y poco más.
Patricia se había puesto ropa interior que había comprado para la ocasión: sujetador de color negro combinado con dibujos blancos y con pequeños encajes, y coqueta que es ella, en vez de tanga –dice que hace que se le vean los glúteos más grandes y caídos-, una braguita ajustada, que le cubría media nalga, a conjunto con el sujetador, con un par de centímetros de cintura y que por delante resaltaba su sexo, dejándolo entrever por las propias características del tejido y del encaje; un vestido de color negro y un maquillaje suave.
Sofía apareció vestida con un traje de hilo, típico de la Isla, con tirantes, de color blanco y hasta poco más arriba de la rodilla, que se cerraba por la espalda, con el pelo al aire, y se adivinaba que su ropa interior era de color claro, pues si hubiera sido oscuro, se quiera o no, con las luces del restaurante del hotel se hubiera notado.
Cenamos pronto: a las 20.00, al igual que hacen en casi toda Europa; una cena suave a base de entrantes compartidos, unos pescados frescos a la brasa, una botella de buen vino blanco y luego pasamos al salón a tomar unos cafés y ½ whisky, mientras nuestra conversación fue mucho más fluida que por la mañana, sobre temas intrascendentes y sin mencionar en ningún momento el “tema”, alargándola algo más de lo habitual, propio de quien a la par desea y teme que llegue el momento de subir a las habitaciones.
“Creo que ha llegado el momento de retirarnos a las habitaciones” dije cuando vi que si alguien no lo decía estaríamos allí toda la noche hablando. “Sí, claro”, respondieron casi todos de modo unánime con ese tono que a la vez revela deseo, expectación y aceptación de lo inevitable.
Como es lógico y para que nuestras esposas se sintieran más cómodas, Patricia y Antonio subieron a nuestra suite y Sofía y yo a la de ellos, y ahí estábamos: Sofía un tanto nerviosa al abrir la puerta, con esa sonrisa forzada como de decir “lo siento” al no abrirse, hasta que cogí su llave, la abrí y por fin entramos.
“Bueno Sofía, ya estamos” dije tras cerrar la puerta, a lo que con sonrisa nerviosa respondió: “sí, claro”. Me sentí un poco tonto por lo evidente de mi pregunta y su respuesta y a la vez igual de nervioso que ella, de modo que pregunté: “¿te apetece tomar antes algo?” “Sí, claro: agua por favor”.
Cogí del mini bar 2 botellas de agua y mientras las tomábamos pregunte: “Sofía, ¿realmente te apetece que después de tomarnos el agua pasemos al dormitorio?” “Sí claro”.
“Me parece a mí, Sofía, que con tanto sí claro estamos los dos más cortados que un salmón fileteado. Al menos yo, que esto es nuevo para mí y ni sé cómo empezar, y además te veo a ti tan cortada como yo, eso me corta más, tú me ves cortado, te cortas aún más y así todo el rato”, dije mirándole a los ojos y sonriendo mientras con mis dos manos cogía una suya.
Sofía sonrió y mirándome respondió: “Sí: la verdad es que estamos los dos cortados; no sé, una cosa era imaginar hacerlo, que me excitaba muchísimo, pensando todo lo que haríamos y cómo, pero ahora que ya no es cosa de imaginación, estoy como bloqueada”.
“A mí me pasa lo mismo: cuando te veía en las fotos, cuando en el chat decías todas esas cosas que te gustaría que hiciéramos y cuando te he visto en persona los 4 juntos, me apetecía un montón hacerlo, y cuando estábamos en la playa y te he visto desnuda he tenido que pensar en otra cosa para no empalmarme, y ahora que estamos los dos solos, no es que no me apetezca, que me apetece ¡y mucho!, es que estoy cortado y menos que nada empalmado. Ya lo sabes Sofía, si por lo que sea no te apetece, me lo dices sin dar más explicaciones y nos vamos a dormir sin más, como si tuviéramos un año”.
Sofía soltó una comedida carcajada diciendo: “a mí me pasa igual; cuando nos hemos visto he pensado: joder, ¡qué bien lo vamos a pasar!, y cuando te he visto en la playa, he pensado lo mismo y ¡ni te imaginas! cuánto me apetece también, pero ahora que estamos aquí, los dos solos, me pasa como a ti: ni tú empalmado, ni yo excitada”.
“¡Pues sí que estamos bien!: los dos con unas ganas tremendas de hacerlo y sin saber cómo empezar por el corte que tenemos; no sé Sofía, se me ocurre que, además de poder irnos a la cama a dormir como dos bebés y quedarnos con las ganas, tenemos dos posibilidades más para tratar de quitarnos el corte y hacerlo”.
“Tú dirás cuáles”.
“La primera, no te ofendas por mis palabras, que además personalmente no me gusta, es que no le demos más vueltas al tema y nos peguemos un polvo de éstos como si yo fuera un gigoló para ti o tú una puta para mí; no digo como si jugásemos a serlo, sino sencillamente hacerlo sin más. Nos corremos cuanto antes mejor y así habremos roto el hielo, aunque no lo hayamos disfrutado, al menos yo, ni hayamos hecho disfrutar al otro. Vamos, un polvo mecánico y luego ya veremos lo que pasa.”
“Si no queda más remedio… ¿cuál es la otra?”
“Que pasemos al dormitorio, nos desnudemos, que al habernos visto ya desnudos nos dará menos corte y luego… ya veremos lo que pasa”.
“¿Vamos al dormitorio?” dijo Sofía a la par que hacía un gesto con la cabeza invitándome a ir, ya algo más tranquila –y yo al ver su tranquilidad- en la seguridad que ambos teníamos de que nada nuevo íbamos a ver que no hubiéramos visto ya y de que si no funcionaba quedaba la posibilidad de dormir como bebés.
El dormitorio era realmente amplísimo: una cama enorme en el centro; no de las habituales de 135 cms. de ancho, ni de las grandes de 160 cms., sino de 180 cms., con dos mesillas, una pequeña mesa redonda con 2 butacones, a la derecha un enorme baño completo con jacuzzi y dos lavabos, a izquierda armarios de puertas correderas con espejos y un gran ventanal al fondo, que permitía ver el mar al despertarse y daba acceso a una terraza con su mesa y dos sillas.
“¿Qué lado de la cama prefieres, Sofía?”
“Si no te importa, mejor el izquierdo”
“Me va perfecto, pues yo siempre duermo en el derecho” contesté a la par que de mi bolsita sacaba todo lo que había traído, lo dejaba sobre la mesilla, excepto los “juguetes”, que metí en el cajón.
“Sí que vienes preparado” dijo Sofía sonriente al ver todo lo que había dejado y mientras abría el cajón de la mesilla.
“Bueno es estar preparado para lo que pueda surgir. ¿No utilizas “juguetes”?
“Tengo un par de ellos, pero los he dejado en casa”.
“Pues ya sabes, si en algún momento te apetece, aquí o en tu casa, éstos son nuevos. Para ti. A disfrutarlos”.
Sonrió; fui al baño a dejar la colonia y loción y al volver estaba de pié, frente al espejo, con la cabeza un poco reclinada y las manos a la espalda, mientras sus dedos intentaban desabrochar los botones del vestido, con la dificultad que entraña hacerlo, de modo que dije: “espera, que te ayudo”, dirigiéndome a su lado y quedando de pié a su espalda.
“Gracias” dijo Sofía mientras nuestras miradas se cruzaron en el espejo y se sonrojó un poco, como si la situación le hiciera sentirse un poco confusa.
Fijé los ojos en sus botones, para no incomodarla, y se los desabroché de modo preciso, sin entretenerme en ello; al terminar dije: “si no te importa, empiezo a desnudarme yo también”, al tiempo que dirigía mis dedos hacia los botones de mi camisa.
“Tranquilo Luis, no me importa en absoluto”, dijo al tiempo que sacaba el vestido por sus hombros y revelaba su espalda y su ropa interior, de color crema muy suave, similar a la de mi esposa, también con encaje y que por delante, en el espejo, dejaba adivinar un poco de vello en su pubis.
“Estas realmente preciosa, Sofía”
Me había quitado la camisa y desabrochado el cinturón del pantalón, detrás de Sofía, cuando sus dedos se dirigieron a desabrochar el sujetador; se lo quitó mientras mis pantalones cayeron al suelo y nuestras miradas se cruzaron en el espejo, viendo nuestros cuerpos sólo cubiertos por sus braguitas y mi bóxer. Sonreímos.
Entendí que había llegado el momento de poner en práctica las recomendaciones que Antonio me había dicho, con otras de mi propia experiencia a fin de excitarle y con ella yo para tener el momento que los dos deseábamos, de modo que cuidadosamente me acerqué a ella, acaricié sus brazos de arriba hacia abajo, le atraje suavemente hacia mí y susurré a su oído: “me apetece mucho que hagamos el amor, Sofía. Te deseo”.
Sonrió y mientras las palmas de mis manos recorrían su cintura y estómago en dirección a sus pechos dijo: “Yo también te deseo, Luis”.
Besé lentamente su nuca, en dirección al principio de su espalda, con besos continuos, de corta distancia, lentos, mientras las palmas de mis manos sopesaban sus pechos, suaves, tiernos; besé sus hombros mientras rodeaba sus pechos con mis manos, atrayéndola un poco más hacia mi pecho, sintiendo su calidez, la forma de sus areolas, deslizando la yema de cada dedo sobre sus pezones, acariciándoles casi en un suspiro mientras Sofía sonreía no con un gesto de placer, sino de quien no se sentía incómoda por las caricias que le daba.
Deslicé mis manos bajo sus axilas, mientras mi lengua empezó a recorrer las vértebras de su espalda, lamiéndola en distancias cortas, muy cortas; después un beso en cada una, un poquito de saliva y un leve soplido mientras mis manos se deslizaban por su cintura, lentamente, buscando su excitación y con ella la propia.
Me aparté un poco de ella, para reclinarme y poder besar el final de su espalda, mientras mis manos se posaban en sus caderas, justo al inicio de sus bragas; le besé y luego recorrí con mi lengua el final de su espalda, justo por el borde de sus bragas, mientras mis dedos empezaron a deslizarlas hacia abajo.
Sofía volvió sus manos hacia atrás, las puso sobre mi cintura, justo por encima de mi bóxer y mientras ya de pié deslizaba sus bragas, mirándonos en el espejo, ella deslizaba mi bóxer, en una sinfonía mutua de desnudez impúdica.
Sonreímos al ver nuestros cuerpos desnudos y Sofía se giró hacia mí; me acerqué a ella y mirándonos a los ojos nos cogimos de los hombros, deslizamos nuestras manos hasta agarrarnos y atraernos por las nalgas; entrelazamos nuestras lenguas, reconociendo nuestros sabores y nuestras manos se deslizaron hacia nuestros sexos, buscando el uno en el otro la excitación anhelada; Sofía separó un poco sus piernas para que acariciara su sexo mientras su palma frotaba el mío y estuvimos así cerca de dos minutos.
Nada.
Sofía estaba cerrada a cal y canto, más reseca que las arenas del desierto, y mi sexo parecía un gusano tímido y pisoteado.
Con esa sonrisa un poco tonta de quien a la vez se disculpa y siente decepcionado, pero no quiere que la otra parte se ofenda, dije: “Bueno Sofía, me parece que esto tampoco funciona, que seguimos bloqueados”.
Con sonrisa de circunstancias dijo: “jajajaja, está visto que no. A ver si al final tenemos que hacer como decías: tú de puto, yo de puta, nos pegamos un polvo de porno y así nos desbloqueamos”.
“Pues sí; lo que ocurre es que ni tú tenías pensado ni quieres pegar un polvo con un puto, ni yo con una puta, porque no lo somos, así que habrá que hacer otra cosa”.
“Pues a mí no se me ocurre nada más Luis”.
“No sé: si a ti te excita tanto imaginar que hacemos el amor y cómo lo hacemos, y a mí lo que me excita es verte excitada para hacerlo, podemos intentar que tú te lo imagines, te excitas, te masturbas, te desbloqueas, yo me desbloqueo y podemos hacerlo”.
“Ya….”
“Tranquila Sofía: ya sé que tú esto de masturbarte frente a un hombre y que un hombre lo haga frente a ti, te cuesta mucho, que ya nos lo dijisteis por el chat y sabemos que hace sólo un poco lo hacéis, de modo que te quedas aquí, ponemos un poco de música suave, bajamos la intensidad de las luces y… ¡a imaginar! Yo me voy a la sala y ya está, y cuando apagues la música o enciendas las luces vuelvo y podemos hacerlo”.
“Bueno. Podemos intentarlo. Oye: ¿tú también te vas a masturbar?”
“Mejor no, que los años son los años, me cuesta más de recuperarme y mejor no desperdiciar una ocasión de correrme haciéndolo contigo, que hasta 3 puedo llegar, pues me apetece mucho hacerlo contigo, pero si me masturbo, me quedan sólo dos, y prefiero correrme en ti; que no funciona el tema, pues ya me masturbaré y a dormir los dos”.
Abrir la cama, música de ambiente, bajar intensidad de las luces, y ahí se quedó Sofía mientras me fui a la sala.
En estas cosas, no sólo cada mujer tiene su ritmo, su tiempo, sino que en función del momento y muchas cosas, lo mismo puede durar un par de minutos que una hora –al menos esa es mi experiencia-, de modo que me senté en un sofá y a beber más agua mientras esperaba.
Los primeros 20 minutos he de admitir que me excité pensando en Sofía, acariciándose a solo unos metros, excitándose lentamente hasta alcanzar su orgasmo, pero pasado ese tiempo y con el único sonido de fondo de la música suave, mis expectativas de que lo alcanzará se desvanecieron y, con ello, mi excitación, de modo que con mi mente en blanco me puse a seguir con la vista lo que, por sus luces, creí que era un crucero navegando.
Pasó algo más de media hora cuando la música de fondo aumentó sensiblemente su volumen y entendí que era una indicación de Sofía para invitarme a entrar, de modo que con ansiedad por ver si lo había alcanzado o no, me dirigí a la puerta y llamé con los nudillos.
“Pasa Luis, pasa”.
Entré y Sofía estaba distinta: tumbada sobre la cama, con una pierna recogida y la otra estirada, sonriente, con sonrisa relajada; la piel ligeramente reluciente, casi sudorosa, sus mejillas, hombros y hasta el principio de su pecho, sonrosado, sus pezones erectos, el vientre con ligeras palpitaciones onduladas, su sexo semiabierto, que dejaba entrever la excitación de los labios de su vagina y las gotas de humedad íntima que había desprendido y, con ellas, el aroma a mujer que, como un perfume, flotaba suave en la habitación.
Sonreí satisfecho y dije: “me alegro, Sofía”.
“Yo también Luis. Ni he podido, ni he querido evitarlo y he tenido dos orgasmos. Ya estoy desbloqueada y, por lo que veo… ¡tú también lo estás!. Ven aquí, conmigo, y hagamos el amor. Lentamente, muy lentamente: quiero que te corras en lo más hondo de mis entrañas” concluyó con sonrisa pícara e invitadora al comprobar como su visión al entrar había hecho que me excitase.
Me acerqué a la cama, mientras Sofía abría sus piernas y las recogía un poco apoyándose en los pies, exponiendo su sexo abierto al mío, dispuesta y deseosa de que le penetrase y yo de penetrarle; me recliné a su lado, y besé su boca, acaricié sus pechos para luego besarlos, deslicé mi mano por su cuerpo y acaricié su sexo; recorrí con mis labios y lengua su vientre, hasta su monte de venus; lo lamí mientras mis dedos continuaban acariciando su sexo, describiendo amplios círculos de modo lento, hasta que con mis labios se lo besé y con mi lengua reconocí su sabor húmedo, tibio, ligeramente salado y un poco ácido.
Nos miramos, y sin palabras, sólo mirándonos, puse una almohada bajo sus nalgas, me arrodillé entre sus piernas, y Sofía cogió mi sexo con una mano, se lo frotó varias veces contra el suyo y lo dirigió justo al centro, atrayéndolo hacia sí, de modo que mi glande entró en ella.
Me tumbé sobre Sofía, apoyé mi cuerpo sobre los codos, le abracé por debajo de sus axilas mientras las palmas de sus manos recorrían mi espalda, nos miramos y, mirándonos, me deslicé en su interior, lo más hondo que pude, de modo intenso.
Sofía levantó su barbilla, en un claro gesto de aprobación, en una invitación a repetir el entrar y salir en ella, y repetimos una y otra vez, ese suave, lento, acompasado entrar y salir que, de modo inexorable lleva al orgasmo.
Cada vez que llegaba al fondo de sus entrañas, un levantar de barbilla, un “uhm” invitándome a volver a hacerlo, una y otra vez.
Mis movimientos se hicieron algo más rápidos, y el “uhm” de Sofía se convirtió con ellos en un respirar profundo, como de parto, no sólo de placer, sino para que yo respirase también de modo profundo, para hacer durar lo máximo esos momentos.
Seguimos respirando, hasta que los músculos de nuestras caras se tensaron, apretamos los dientes y Sofía empezó a decir: “así Luis, sigue así”. Seguí. “Continúa”. Continué.
Músculos tensos, dientes apretados. “Así Luis: quiero que me sientas igual que yo te estoy sintiendo”. Me sentía y le sentía, de modo intenso.
Cerré mis ojos, respiré profundamente mientras Sofía, al verme, dirigió una mano a su sexo y sentí cómo se acariciaba el clítoris de modo urgente al tiempo que decía: “sigue, sigue, quiero correrme, necesito correrme, y quiero que te corras tú dentro de mí”.
Sentía que mi orgasmo no podía esperar por mucho más tiempo, y las manos de Sofía atraían mi cuerpo hacia el suyo, con fuerza, cada vez que yo entraba hasta lo más hondo, como si quisiera que entrase aún más.
“Mírame Luis, mírame; quiero que me mires mientras me corro y quiero que te corras tú también. Córrete, córrete. Mírame, mírame… ¡me corro, me corro, me corrooooooo¡”
Sentí cómo el cuerpo de Sofía estallaba de placer, cómo sus ojos se cerraban sin poder evitarlo, cómo abría su boca para repetir en voz alta y sin parar “¡me corro, me corro, me corro!”, cómo su vientre palpitaba y la humedad pugnaba por salir de su interior, rodeando mi sexo aún dentro y sintiendo las palpitaciones de su interior a oleadas.
No me pude contener y estallé dentro de Sofía, no con rápidos movimientos, sino en lo más hondo de ella, elevando mi cuerpo con mis manos apoyadas, permaneciendo en lo más hondo de sus entrañas, en lo más profundo, gritando yo también “¡me corroooooooo!”, mientras me derramaba a oleadas, una tras otra, como si hubiese perdido el control de mi polla dentro de Sofía.
Me derrumbé a su lado, mientras nuestros gemidos y jadeos era intensos, tan intensos que casi retumbaban en las paredes igual que lo hacían en nuestras mentes, recorriendo nuestros cuerpos no sudorosos, sino viscosos y los jugos salían del interior de sus sexo totalmente abierto y las últimas gotas de mi polla.
Pasaron unos minutos mientras nuestros gemidos y jadeos se fueron calmando, mirándonos y sonriendo, acariciándonos uno a otro el pecho y los hombros, hasta que nos recuperamos: “Joder Sofía: ¡qué manera de corrernos! ¡Qué orgasmo más maravilloso!”
“Uff: ¡ni te cuento!. Ha sido mucho mejor que de lo que había imaginado”.
Pasamos por el baño a vaciar vejigas y dejar bien limpio lo que había entrado y por donde había entrado y nos dirigimos al salón; nos sentamos y abrimos dos benjamines de cava para celebrar la ocasión.
“Oye Luis, ¿en qué pensabas mientras estabas aquí sólo tanto rato?”
“Al principio te he imaginado masturbándote, y me he excitado muchísimo deseando que te desbloqueases para, como decías por el chat, poder hacer el amor contigo, de mil maneras y explorar todo tu cuerpo; sí Sofía: por todos tus agujeros como decías que querías y yo también, pero luego, al ver que nada, se me pasó la excitación y pensé que al final pasaríamos las 3 noches juntos durmiendo como bebés y nada más”.
“¿Te has masturbado aquí?”.
“Pues no Sofía; ya te dije que esperaría a ver qué pasaba y que sería el último recurso”.
“Jajajajajajajajaja, pues ¡menos mal!, porque cuando acabé por mi cuenta pensé: a ver si se con lo calientes que íbamos no ha podido aguantar más, se ha masturbado y ahora que ya estoy preparada, en vez de las tres veces que decía, me quedo sólo con dos”
“Hasta tres Sofía, hasta tres… dos seguras y la ¡tercera tal vez!”
Sofía se levantó y se acercó al sillón donde estaba sentado y de pié, mientras soltaba una carcajada, abrió sus piernas, separó con sus dedos los labios de su sexo y mostrándomelo dijo: “tú encárgate de éste, que de poner en marcha ésta ya me encargo yo”, al tiempo que con una mano cogía mi polla y la acariciaba mientras mis dedos hacían lo propio en su sexo.
Tardamos en llegar a la cama, pues fuimos con pasos cortos, a ritmo de chotis: reconociendo el interior de nuestras bocas con las lenguas, las manos apretadas a los sexos, acariciándolos, ansiosos de tocar y ser tocados, como si fuese la primera vez que lo hacíamos.
Sofía se tumbó abriendo bien sus piernas y apoyándose en los pies; cogí el lubrificante de sabor a fresa y luego me
arrodillé a su lado: mi polla sobre su cara y su coño frente a la mía.
Cogió mi polla encerrándola en la palma de una mano y estirando de ella un poco hacia abajo, pasó un dedo por el final de mis huevos, por la parte próxima a mi perineo permaneciendo así durante unos segundos y mirando al espejo dijo: “Joder Luis, ¡cómo me excita! ver tus huevos y tu polla sobre mi cara, como crece entre mis manos y ver tu cara mirándome el coño. Me estoy excitando muchísimo”.
“Ya, ya… ¡ya lo veo!, que tienes el coño abierto y mojado y eso que aún ni te lo he besado, y hasta el cerebro me penetra el olor que despide tu deseo”.
Estábamos ¡tan ansiosos!, con tanto deseo de sentir el uno al otro, que Sofía se introdujo de golpe mi polla aún semierecta hasta el fono de su boca, hasta casi atragantarse, dando paso a movimientos casi frenéticos de entrar y salir, casi pornográficos, como si quisiera que me corriese de modo urgente, para sentir mi leche en lo más hondo de su garganta y tragársela después.
Mis movimientos fueron también toscos, como si fuese la primera vez que comiese un coño o me fuese la vida en ello. Urgentes. Separé los labios de su sexo con mis dedos y mi boca fue directamente a su coño, moviendo mi cabeza de un lado a otro, pasando mi lengua sobre su coño húmedo y expuesto, como quien no ha bebido en dos días.
Sofía sacó mi polla, ya notablemente erecta de su boca, y mientras sentía cómo sus dedos me masturbaban velozmente, escuché sus jadeos, sus “uff”, cada vez de modo más intensos, más fuertes, más acelerados.
“Sigue, sigue, sigue… me voy a correr, me voy a correr”… “Mira lo abierta y húmeda que estoy, cómelo todo, todo,… es todo para ti” “así, así, así, sigue, sigue, me va a venir… es todo para ti”…
Cogió mi cabeza con sus manos y la apretó sobre su sexo: “sigue y no pares, que voy a correrme ya, sigue, sigue, sigue, sigue, sigue, me va a venir, me voy a correr, me corro, me corro, me corro, me corrooooooo…”
El grito de Sofía fue prolongado, intenso, profundo, penetrante, tanto como la primera oleada del orgasmo que derramó en mis labios, apretando mi cabeza como si quisiera que toda ella entrase en su coño al tiempo que levantaba sus nalgas.
Se prolongó durante varios segundos, en que su vientre palpitaba, aflojó sus manos de mi cabeza y, a cada palpitación, su sexo se frotaba mientras con mi lengua absorbía la esencia que derrama de su interior.
Inspiró profundamente y al respirar resoplando dijo: “Uf Luis. ¡Qué orgasmo he vuelto a tener!; anda, acuéstate sobre la cama, que estarás más cómodo y ahora te acabo yo, que tú aún no lo has hecho”.
Al tiempo que me acostaba dije: “tranquila Sofía, con calma, que a los hombres nos cuesta más de recuperarnos y como veo que te gusta que te c*** el coño tanto como a mí comértelo, puedes disfrutar tú también de un buen rato.
Aunque me parece que el lubrificante hoy no va a ser necesario, jajajajajajaja”.
De rodillas, con su sexo frente a mi cara, como se había puesto, volvió la suya, soltó una carcajada, me miro con cara de pícara y guiñando un ojo dijo: “no lo guardes, que aunque para el coño no lo voy a necesitar, para el culo siempre viene bien; si duele… dolerá menos y, al menos tu polla se deslizará mejor y más adentro”.
Separé con fuerza las nalgas de Sofía, y entre la visión de su sexo húmedo y abierto, de sus pechos bamboleando y del agujero negro y cerrado de su ano que, con sus palabras, me había invitado a penetrar más tarde, mi excitación se hizo de nuevo notable.
Puse una almohada doblada bajo mi cabeza, para sentirme más cómodo y bajé sus nalgas hasta mi rostro; su olor penetró de inmediato en mi cerebro, aparté los labios exteriores de su sexo, extendí mi lengua y la pasé por la rajita que tan ansiosamente antes había besado; limpié con ella su humedad, depositando la mía. “¡Qué bien me sabe tu coño, Sofía!”.
Sofía deslizó dos dedos por mi polla, lentamente, dejando al descubierto el glande; pasó sus labios por él, cerrando sus dientes y recorriendo sus encías, mientras con la otra mano me acariciaba los huevos, suavemente, tirando de ellos hacia abajo y luego sosteniéndolos en la palma de la mano.
Su pelo caía suavemente sobre su rostro, mi vientre y mi sexo, cuando cerró suavemente su mano sobre mis huevos y empezó a besar mi polla de abajo hacia arriba, por delante y por detrás, girando su rostro sobre ella hasta acabar pasando su lengua sobre mi glande, a su alrededor, produciéndome un suave cosquilleo en él, que hizo que derramase unas gotas de lubrificante natural.
Mis labios absorbieron los labios exteriores de su vagina, mientras con un dedo masajeaba su perineo, como haciéndole cosquillas, una y otra vez, estirando con mis dientes un poco sus labios, masajeando cada vez de modo más intenso su perineo.
Sofía abrió totalmente su boca, extendió lo máximo que pudo su lengua y como empujando con ella hacia dentro, la fue introduciendo lentamente, poco a poco, centímetro a centímetro, deteniéndose para presionarla con su lengua y con sus labios.
Con la punta de mi lengua apunte al epicentro de su sexo, al agujero dilatado por el que ya había entrado, introduciéndola igual de lentamente que ella mi polla en su boca, hasta que la sentí claramente en su paladar y su respiración se hizo más nasal.
Pequeños picotazos de entrada y salida de mi lengua, mientras la palma de mi mano se deslizaba por su pubis, estirando un poco de sus pelos, deslizándola hacia abajo, poco a poco, sin prisas, deleitándome en ella, como ella de mi polla en su boca.
Al alcanzar su clítoris, un rápido movimiento con la yema de mi dedo para deslizar su capuchón hacia atrás. Un respingo de Sofía, un movimiento de sus nalgas, un temblor de sus muslos, un gemido “uff”, luego un jadeo, mientras abría su boca, con mi miembro dentro, huérfano del presionar de su lengua, de sus labios, del sentir su aliento.
Volvió a cerrar sus labios, a presionar con su lengua, a pasarla por su paladar, por el interior de sus mejillas, mientras alternaba pequeños besos de mis labios sobre su sexo, picotazos rápidos y luego penetraciones intensas con mi lengua, alternándolos con lamidas para saborear su humedad.
La yema de mi dedo empezó a acariciar su clítoris de modo circular; de nuevo un respingo, un estertor, un ver sus pezones erectos, tiesos, como si quisieran salir de sus pechos, un gemido, un jadeo: “para Luis, por favor, para o volveré a correrme”.
No sería yo quien privase a Sofía de un orgasmo, el que durante meses, en su mente, había imaginado, había presentido y había anhelado.
Introduje un dedo en su sexo y tiré de él hacia abajo, como queriendo que saliera la humedad que le invadía; la piel de los muslos y nalgas de Sofía se puso “de gallina”; otro estertor, otro gemido mientras sacaba mi polla de su boca:
“Luis, Luis, para o no podré evitar correrme”.
Mi dedo abandonó su sexo, y mis labios y lengua se concentraron en su clítoris, absorbiéndolo, lamiéndolo, de modo intenso; su espalda se encorvó haciendo que sus pechos se bambolearan: “para, para, que me va a llegar” entre jadeos intensos.
No paré. Aceleré los movimientos de mi lengua, de mis labios, y puse un dedo en su esfínter y otro en su perineo. Cada vez que absorbía su clítoris, presionaba de modo intenso, casi hasta penetrarle y cada vez que le lamía, aflojaba. Una y otra vez, cinco, seis, siete veces.
“Voy a explotar; siento como voy a explotar Luis, que me voy a correr, que me llega, que exploto, exploto, explotooooooo”.
Dejó caer su cara sobre la cama, con mi polla rozándole las mejillas, dura, firme, sus nalgas en pompa, sus muslos temblorosos, su sexo palpitando y despidiendo de nuevo sus jugos, su estómago moviéndose a oleadas, mientras con una mano agarró mi sexo, dispuesta a llevárselo a su boca de nuevo, de modo casi instintivo, temblando aún por su orgasmo.
No dejé que lo hiciera; me aparté y me tumbé con mi cara mirando al espejo, agarrando la polla con mi mano, invitando a Sofía a que la deslizara dentro de sí. Se puso de cara a mí, pero le pedí que se pusiera de espaldas, para que los dos nos viésemos entrando y saliendo, disfrutando el uno en el otro.
Se apoyó en sus rodillas, irguió su cuerpo, cogió mi polla con una mano y mientras yo acariciaba su espalda la introdujo dentro de sí; reclinó un poco su espalda y nuestras miradas se cruzaron en el espejo.
El espectáculo era soberbio: su boca entreabierta, un mechón de su cabello sobre el rostro, su cuerpo tenso, sus mejillas, hombros y pechos aún enrojecidos por el reciente orgasmo, sus pezones duros, su piel levemente sudorosa, su pubis, parcialmente depilado, dejando ver el vello que llegaba hasta un poco más arriba de su sexo; tenso, igual que su estómago, su clítoris aún fuera del capuchón, y mi polla dentro de sus entrañas.
Con mis manos en sus caderas, guié a Sofía en el movimiento de su cuerpo: hacia adelante y subiendo, hacia atrás y bajando, una y otra vez, hasta que adquirió el ritmo que más le excitaba, en ese sentir y ver a la vez mi polla entrar y salir de lo más íntimo de ella, mientras mis manos aferraban sus pechos. Una y otra vez, sin parar, sin cesar; deleitándose ella y deleitándome a mí en esa visión total del placer de nuestros cuerpos, en ese frotar, en ese sentir intenso.
El cuerpo de Sofía se volvió a erguir y con mis manos agarré sus pechos, abriendo dos dedos en tijera para dejar entre ellos sus pezones. Nos volvimos a mirar en el espejo. Y Sofía empezó un lento subir hacia arriba y hacia abajo, poco a poco al principio, para ir acelerando cada vez más sus movimientos.
Hacia arriba y hacia abajo, no parábamos de mirarnos en el espejo, como mi polla entraba y salía en ella, cómo los labios de su vagina la encerraban mientras se deslizaba hacia arriba y hacia abajo.
Le cogí por su cintura, y Sofía levantó su cuerpo, hasta dejar sólo mi glande dentro de sí, y bajó de golpe, de mofo duro, seco, como si una daga le hubiese atravesado por dentro. Una, dos, no sé cuántas veces repitió éste movimiento hasta que de nuevo su cuerpo se paró por un instante: “tócame Luis, tócame. Estoy muy excitada”.
Dirigí mis manos a su sexo: se lo abrí para que los dos lo viésemos, sus labios exteriores bien abiertos, su clítoris
endurecido, y mi polla entrando y saliendo de ella.
La visión nos excitó más aún, especialmente a Sofía, y sus manos pasaron a acariciar sus pechos, aferrándolos con ellas de modo casi compulsivo, mientras con una mano apartaba un labio de su vagina y con la yema del dedo de otra acariciaba su clítoris.
De nuevo sus jadeos, sus gemidos, los estertores de su cuerpo: “no lo puedo parar, no lo puedo parar. Siento cómo me va a venir”.
Levanté un poco mi cuerpo y cada vez que el suyo bajaba, yo empujaba hacia arriba, para que la penetración fuese más profunda, mientras las mejillas de Sofía estaban totalmente enrojecidas y llevó las manos a sus sienes al tiempo que aumentaba su velocidad en el subir y bajar. “Ya falta poco Luis; siento como me va a llegar, cómo va a explotar; quiero que tú también te corras, Luis, córrete tú también. Sigue. No aguanto más, que me está llegando. Me voy a correr Luis, me voy a correr, voy a explotar, exploto, exploto, explotoooooo”
De nuevo sus convulsiones, el sentir de sus nalgas apretarse en mis caderas, su cuerpo casi sudoroso, sus pechos bamboleantes, sus gemidos, sus silencios seguidos de gemidos entrecortados. “Yo también me voy a correr Sofía, casi no aguanto más y estoy a punto de explotar” grité haciendo un esfuerzo por demorar unos instantes más mi orgasmo al sentir cómo avanzaba por mi columna vertebral.
En un rápido movimiento, casi sin darme ni cuenta, Sofía se apartó de mí, al tiempo que decía: “espera”, se puso de rodillas con su cara en dirección a mi miembro; pude ver cómo abría la boca y, de golpe, engullía mi polla casi hasta la base, cerrando sus labios tras ella. Cerré mis ojos, y las oleadas de mi orgasmo llegaron de modo inexorable, una tras otra, plácidas, mientras gritaba “me corro Sofía, me estoy corriendo”.
Abrí mis ojos, y vi a Sofía con los suyos cerrados, con su boca cerrada con fuerza envolviendo mi polla y al acariciar su cabello, Sofía abrió sus ojos, me miró, sonrió y fue abriendo su boca y dejando salir, como a cámara lenta, mi polla, mientras mi semen salía de ella, derramándose sobre mi cuerpo, sobre mi polla y mi pubis.
Sofía me miró, con esa mirada de niña que sabe ha hecho una travesura graciosa, mientras por la comisura de sus labios aún pugnaban por caer las últimas gotas de mi leche. Pasé un dedo por ellos, la recogí y puse el dedo en sus labios; abrió su boca, sacó la punta de su lengua, recogió los restos y volvió a cerrar su boca.
Permanecimos unos minutos tumbados, disfrutando de ésa cálida sensación de los músculos relajados, como después de haber corrido una maratón, enfriando nuestra piel lentamente, hasta que nos limpiamos y volvimos al salón.
“Joder Sofía: ¡qué noche!”.
“¡Ni que lo digas!; tú te has corrido dos veces, pero yo ya he perdido la cuenta, y ahora a recuperarse y a ver si llegamos hasta la tercera sesión” respondió con picardía.
“Ya veremos, ya veremos, que si miras cómo me ha quedado ahora, ni tercero hoy ni nada”.
“Ya veremos. Seguro que veremos”.
Los benjamines que habíamos dejado a la mitad habían perdido su frescura, de modo que pedimos una botella de champán al servicio de habitaciones y cuando la trajeron nos sentamos, la descorchamos y nos pusimos a hablar.
Cosa de media hora o así, de modo relajado, de cómo nos habíamos conocido y llegado hasta este momento y de lo a gusto que nos encontrábamos.
“¿Ya vas recuperando las fuerzas, Luis?”, preguntó Sofía como quien no quiere la cosa.
Solté una carcajada al tiempo que señalaba a mi miembro antes de decir: “tú misma lo puedes ver, Sofía: después del estupendo tratamiento que le has dado, aún sigue floja, casi muerta, y no sé yo si…”.
Soltó una carcajada al tiempo que se levantaba dirigiéndose a la habitación diciendo: “tú espera, que ahora vuelvo y, ya veremos si se te levanta o no”.
Al volver, su sonrisa era de oreja a oreja y traía consigo el lubrificante de sabor fresa y los 2 vibradores que le había regalado: el conocido Roger Rabitt, vibrador y estimulador de clítoris y el menos conocido pero muy eficaz Satisfyer, un succionador de clítoris que suele obrar maravillas y que, si se utilizan a la vez la sensación es inolvidable.
Me quedé sorprendido: “¿los vas a utilizar ahora, Sofía?”
“Pues sí: yo solita y también tú en mí; éste ya sé cómo va, que tengo uno muy parecido en casa, pero este otro ni idea, de modo que… ya me enseñaras” dijo riendo.
“Te lo preguntaba porque sé el corte que te da masturbarte delante de un hombre y no te preocupes, que ya te enseñaré yo como funciona… ¡vaya si te enseñare!”.
“Ya sabes que cada vez me da menos corte, y sé que a ti también te gusta ver cómo se masturba una mujer delante de ti y tú delante de ella, de modo que como me apetece mucho que termines de explorar todos mis agujeros… pues a ver si así te excitas y podemos hacerlo en esta noche” concluyó haciéndome un guiño con un ojo, señalando con un dedo su culo mientras se volvía para poner el sillón frente al mío.
Sonriendo, se sentó en él, levantó sus piernas y las apoyó en los brazos del sillón, dejando su coño totalmente expuesto y abierto a mi vista; introdujo dos dedos de su boca y los ensalivó. “Primero un poco de lubrificante natural, para abrirlo suavemente”, mientras los dirigía a su sexo, deslizándolos primero por el exterior de sus labios vaginales y luego por el interior.
Repitió la operación un par de veces más, mientras yo le miraba casi atónito y Sofía sonreía al ver que mi polla se empezaba a poner morcillona, tanto por lo que mis ojos veían como por lo que me decía y los labios de su vagina ya estaban semiabiertos, mostrando su maravilloso agujerito dilatado.
Cogió el lubricante de fresa en sus manos, puso un par de gotas en un dedo, se lo llevo a la boca, lo saboreo y dijo: “tiene buen sabor, aunque el tuyo me ha gustado más”. Puso un buen chorro de lubricante en sus dedos: “ahora para el coño, para que se deslicen bien los juguetitos”.
Empezó a expandirlo con sus dedos todo alrededor, por los labios de fuera, los de dentro, hasta llegar a su clítoris, que masajeó levemente; Sofía no sólo me estaba excitando, sino que se estaba excitando de nuevo; el rubor volvió a aparecer de nuevo en su rostro, sus párpados estaban semicerrados y sus pezones volvieron a ponerse erectos;
Continuó masajeando sus labios, de abajo hacia arriba, y el masaje sobre su clítoris era cada vez más intenso y más
largo. “Me gusta, me gusta mucho. ¡Qué bueno!”, dijo casi en un susurro.
Continuó de ese modo cuatro o cinco minutos más, cada vez con más intensidad, con más deseo; sus ojos cerrados, como para no darse cuenta de que le estaba viendo, con una mano acariciando su pecho, sus pezones, con la cara sofocada, al principio silencio, luego jadeos, ese respirar profundo cuando el orgasmo empieza a nacer por dentro.
Su rostro se puso tenso, apretó sus dientes y acuciada por el deseo, metió un dedo dentro de su sexo, una y otra vez, con movimientos acelerados, como penetrándose; empezó a gemir, a mover su cuerpo, a mover sus nalgas; dos dedos dentro de su sexo y a sus gemidos siguieron una mueca como de dolor, pero de placer contenido. “Qué gusto, qué bueno, qué bueno es correrse”; sus gemidos se hicieron más y más intensos mientras con los dientes apretados empezó a entonar la melodía del orgasmo inevitable: “voy a explotar, me va a venir, me va a llegar, me voy a correr, me estoy corriendo, me estoy corriendo, me corroooooooo”.
La expresión de su rostro, sus palabras entre gemidos, el retorcer de su cuerpo, el levantar sus nalgas y moverlas hacia adelante, como queriendo expulsar todo lo que llevaba dentro, una y otra vez, me excitó, me obligó a acariciar mi polla hasta que su estado ya fue de dureza, pero no aún total.
Tras respirar profundamente durante varias veces, Sofía abrió sus ojos: “Joder Luis, que noche que llevo… y veo que a ti no te falta mucho para empezar de nuevo”.
Sonreí, me levanté y me acerqué a su sillón; cogí su rostro entre mis manos y nos dimos un beso.
Cogí el lubrificante y puse una generosa cantidad en mis manos; lo pasé por su coño aún muy húmedo y abierto; puse más crema en mis manos y cogí el Rabitt y la pasé por él; lo encendí, y mientras Sofía introducía mi polla en su boca atrayéndome por las nalgas, lo empecé a pasar pos su sexo. Noté un ligero temblor en su cuerpo al hacerlo. Un pequeño estremecimiento.
Lo pasé alrededor de su sexo, una y otra vez, de manera que el efecto de vibración le mantuviera húmedo y abierto mientras Sofía seguía con mi polla en su boca, besándola, chupándola, acariciándola como si le fuese la vida en ello.
Introduje el Rabitt en su sexo y de nuevo un estertor en su cuerpo; activé la posición para que su cabeza girase, y al sentir como le recorría por dentro, de nuevo un gemido y un chupar mi polla hasta dentro.
Estábamos los dos sumamente excitados, y de nuevo el cuerpo de Sofía presentaba las características de estar preparado para otro orgasmo.
Fue en ese momento cuando cogí el Satisfyer y puse un poco de lubrificante en su cabeza. “juega tú con el Rabitt, Sofía, que yo lo haré con éste otro”.
Cogió el vibrador con su mano, y empezó a sacarlo y meterlo dentro de su coño al ritmo que más le satisfacía, mientras yo puse el succionador sobre su clítoris y lo encendí.
“¡Jodeeerrrr!!, exclamó pasados unos segundos al sentir sus efectos.
“Joder Luis, que es casi como si me estuvieras comiendo el coño y tuvieras tu polla dentro; que me están temblando las piernas y casi no puedo aguantarme. ¡Joder qué gusto!”
Me incliné para absorber sus pezones con mis labios; en mi nuca sentía su respiración profunda y sentía también el palpitar en su pecho. Con mi mano libre, cogí su mano y la apreté para que el vibrador entrase en lo más profundo de ella, donde lo retuve, sin inmutarme, a la espera de su orgasmo.
Sofía no duró ni dos minutos más: “Que no aguanto Luis, que no aguanto, que no lo puedo resistir, que me corro, que me corroooooooo” gritó con fuerza mientras levantaba sus piernas y con la misma mueca en su cara que si fuese el último esfuerzo de un parto.
La imagen de Sofía, con sus piernas levantadas, su coño totalmente abierto y expuesto, la expresión de su cara, el temblor de su cuerpo y las palabras que gritaron cuando le llegó su orgasmo, hicieron que terminara de excitarme.
Presa de mi excitación le cogí del brazo y la lleve a la habitación; le puse en el lado derecho de la cama para poder verla en el espejo, de pié y con sus manos apoyadas; me puse detrás suyo y, mientras sus piernas temblaban y sus pechos bamboleaban, mientras aún jadeaba y repetía con sus ojos casi cerrados “joder, ¡qué orgasmo!” abrí sus nalgas por debajo de los muslos, apoyé mi glande en el centro de su sexo y le penetré de golpe, con urgencia, sin más piedad que su placer.
“Joder Luis, sigue así, así, métemela toda, hasta el fondo, bien hasta el fondo”. Una y otra vez seguí, le cogí por sus caderas y mis golpes fueron secos, intensos, uno tras otro durante un par de minutos, hasta que un poco más calmado y viendo que sus piernas a duras penas le sostenían, con suavidad empujé su espalda para que apoyara su rostro en la cama.
Mis movimientos se hicieron más pausados, entrando y saliendo de modo rítmico, y como mi penetración no podía ser todo lo profunda que deseaba, dirigí una mano hacia su clítoris y, mientras le penetraba, empecé a masturbarla.
“Joder, joder…, para, para, ya me toco yo, tú céntrate en entrar lo más hondo que puedas”.
Se puso un poco más hacia dentro de la cama, bajó un poco sus nalgas, de manera que mi polla y su coño estaban a la misma altura; empezó a acariciarse y, me apoyé en sus caderas, no para atraerla, sino para empujar con todas mis fuerzas, mientras con el dedo anular presionaba fuertemente su esfínter.
Una y otra vez, golpes secos, potentes, con fuerza, penetrando hasta el fondo; de nuevo la mueca en su rostro de quien está próxima a correrse, de quien ni puede ni quiere evitarlo, sino provocarlo, sentirlo de modo urgente.
“Así, así, sigue así, que estoy a punto de correrme, entra hasta el fondo, que quiero correrme”.
Los dos estábamos presa de una enorme excitación, hasta que Sofía soltó de nuevo un grito, sin palabras, ahogado, sólo el placer salió de su boca y dejó caer su cuerpo sobre la cama.
Con la mano aun acariciándose el sexo, sin recuperarse, con su cuerpo y piernas temblando, con la cara apoyada con firmeza en la cama dijo: “entra en mi culo Luis, entra ahora, por favor, quiero sentir tu polla en mi culo”.
Cogí el lubrificante de áloe-vera y Sofía abrió sus nalgas con fuerza; deposite en su culo una generosa cantidad y luego extendí más sobre mi polla.
“Entra Luis; penetra mi culo, quiero que entres ya, hasta el fondo, como has hecho con mi coño”.
Me recliné sobre la cama, cogí mi polla con una mano, apoyé mi glande sobre su ano, presione con un dedo y cuando comprobé que ya había entrado, entre de con un golpe seco, hasta el fondo.
Sofía soltó un gritó, breve, de dolor, e instintivamente sus manos aferraron las sábanas y estiraron de ellas, como
queriendo mitigarlo. Paré en lo más hondo de ella.
“¿Te he hecho daño, Sofía? ¿Quieres que pare o que vaya más lento?”
“No, no: no ha sido nada; al principio siempre me ocurre, pero al poco se me pasa; tu sigue como te he dicho hasta que te corras en lo más hondo”.
Casi como un atleta, me apoyé en las manos y empecé a hacer flexiones de sube y baja con mi polla dentro de su culo; subiendo y saliendo lentamente y bajando y penetrando de golpe y hasta el fondo.
Sus gritos fueron amainando y su rostro tenía una expresión a mitad de camino entre dolor y placer, de éstas que invitan a seguir para que desaparezca el dolor y aflore el placer.
“Sigue así, sigue, por favor, hasta el fondo, bien hasta el fondo”.
Continué con mis flexiones, hasta que la expresión de su rostro cambió por completo: de dolor a placer en estado casi puro y cristalino, deseando sentirlo, deseando estallar de modo incontenible.
Un largo “aaaahhhhh” retumbó en la habitación cuando Sofía irguió un poco su espalda y tuvo su orgasmo.
No pude más; mi urgencia era imparable, necesitaba correrme dentro de ella, que me sintiera en lo más profundo de su culo. Tres, cuatro, cinco flexiones más, intensas, rotundas y mi cuerpo se arqueó; salió un largo “aaaahhhh” también de mi garganta y me corrí en lo más hondo de su culo, en uno de estos orgasmos casi secos, con la poca leche que me quedaba, de éstos que empiezan en lo más alto de la cabeza, recorren como un rayo toda la espina dorsal y hacen que sientas como si el glande estallara en mil pedazos.
Me derrumbé sobre Sofía, con mi polla aún dentro de su culo, sintiéndola palpitar, una y otra vez, hasta que me aparté y me tumbé a su lado.
Permanecimos así varios minutos; en silencio, sin fuerzas, agotados, con nuestros músculos entre doloridos y relajados, infinitamente relajados, hasta que recuperamos el aliento.
Nos miramos. Sonreímos.
“Pues sí: sí que has llegado al tercero, y yo… yo no sé cuántos he tenido, que me parece que hasta tengo el coño escocido y el culo, bueno, el culo me lo imagino”.
“Pues yo… ¡ni te cuento!, que con tanto frotar y entrar y salir por todos tus agujeros, me parece que mi polla se ha debido de adelgazar hasta quedarse a la mitad”.
“Mucho mejor de lo que imaginaba Luis”
“Pues sí Sofía: la realidad siempre puede ser mucho mejor que la imaginación. Es sólo cuestión de hacer lo que a dos personas les apetezca.”
Nos limpiamos y, con un beso, esa noche dormimos como dos niños de un año.
Al levantarnos a la mañana siguiente, ducha los dos juntos y hasta llegar al orgasmo.
Bajamos a desayunar y justo aparecieron Patricia y Antonio. Besé a Patricia y saludé a Antonio, y Sofía hizo lo propio, y luego las dos se dieron un beso de amigas. Nos sentamos cada cual con nuestras esposas y desayunamos, y preparamos el plan de playa, visitas y comidas para el día.
Ni un solo comentario de lo que en cada suite había o no pasado. Dentro de una hora en recepción, quedamos, por aquello de cambiarse de ropa y recoger las cosas de la playa, y cámaras de fotos.
Al llegar a nuestra suite, con Patricia, hicimos el amor, de modo casi urgente, casi frenético, como dos desesperados, como las primeras veces que lo hicimos, con la misma pasión de siempre pero con los ajustes en posturas acordes a nuestra edad. Ni un solo comentario.
Así pasamos el resto de días, tal como quedamos: durmiendo Patricia con Antonio y Sofía conmigo, pues si alguna de las partes no hubiera hecho nada, no había necesidad de privar a la otra de hacerlo, hasta que nos despedimos. Ha sido un placer conoceros. Lo mismo digo. Besos. Cuidaros.
Mi relación con Patricia sigue siendo igual de estupenda que siempre a todos los niveles, y ninguno de los dos hemos comentado nada.
Seguimos conectando con Sofía y Antonio y, pasado un tiempo, nos volvieron a hacer la misma propuesta: no ya que hiciésemos intercambio de parejas, sino “¿os parece mal intentarlo?.”
Después de hablarlo con Patricia, la respuesta y condiciones fueron las mismas.
Y ahí estamos, las dos parejas, buscando unas fechas que a todos nos encajen para intentarlo. Si el intento sale o no adelante, seguiremos sin hablar de ello y de lo que entre nosotros hablaremos será de qué buena pareja son Sofía y Antonio y de qué bien lo pasamos los cuatro disfrutando y conociendo Tenerife.
Lo que en cada suite pase… en cada suite queda.