Víctor por delante, Helena por detrá
Víctor por delante, Helena por detrás
Llevaba muy poco tiempo de noviazgo con Víctor, pero en esa época ya hacía años que conocía a Helena, mi compinche, mi amiga fiel, mi amante…
Con ella siempre habíamos sido una dupla bastante morbosa para el sexo, en el sentido de decirnos palabras bastante picantes, inventarnos situaciones subidas de tono, cosa que nos gustaba a ambas y nos calentaba hasta extremos muy altos, siendo luego nuestros encuentros sexuales magníficos.
Pero ahora me había enamorado de Víctor, un hombre maravilloso con quien quería compartir el resto de mi vida, pero con él todavía no había logrado la confianza necesaria como para confesarle mi ambigua relación con Helena, un vínculo que no iba a poder cortar nunca…
No podía compartir semejante secreto con mi adorado Víctor, pero para el sexo tanto él como yo éramos verdaderas máquinas de coger, casi con el mismo nivel de morbo con que lo hacíamos con Helena…
Una mañana estaba en la oficina trabajando, conectada a la computadora, cuando apareció un mensaje de Víctor:
“Cómo está mi perrita, bien caliente?”
Hacía un par de días que no nos veíamos, así que este mensaje me provocó un efecto de excitación bastante intenso, sentí que comenzaba a humedecerme, así que sin pensarlo le contesté:
“Increíblemente caliente y mojada, esperando un macho que me coja.”
Mientras lo escribía miré por encima de la pantalla a Helena, que en ese momento se estiraba felinamente en su escritorio y sonreía por algo que miraba en su computadora. Compartíamos una pequeña oficina y eso nos dejaba a salvo de miradas indiscretas, cuando queríamos encerrarnos bajo llave a hacer travesuras entre nosotras…
Así comencé mi conversación con Víctor; eso fue lo más suave, el tono de nuestra conversación subió de forma paralela a mi excitación. En un momento dado me pidió que me masturbase para que él pudiera escucharme por el micrófono.
Justo en ese momento Helena se levantó de su asiento con unos papeles en la mano y se dirigió hacia la puerta.
A pesar de mi calentura le recordé a Víctor que nuestro jefe se encontraba en el despacho contiguo y que podría oírme, porque las paredes eran bastante delgadas; pero insistió tanto que decidí arriesgarme para darle el gusto.
Verifiqué que la puerta del despacho de nuestro jefe estaba cerrada a mis espaldas. Ese día me había vestido con jeans de cintura baja y una remera de algodón, sin corpiño y con una pequeñísima tanga de color negro. Me desabroché el pantalón e introduje mi mano derecha dentro de la tanga, pero al estar sentada la posición no era muy cómoda.
Para que Víctor escuchara mis jadeos y gemidos me acerqué un poco al micrófono, pero para ello tuve que ponerme de pie e inclinarme hacia adelante, dejando mi cola bien parada. Comencé a meterme un par de dedos en mi concha, acariciando el clítoris y sintiendo la humedad que iba en aumento. Huelga decir que estaba muy caliente y los gemidos que le susurraba en el micrófono a mi novio lo estaban poniendo a full también a él.
Estaba muy concentrada en mi placer, pero de pronto una mano desconocida me sujetó por la cintura y otra se introdujo en mi pantalón, ocupando el lugar de mi propia mano en mi concha. En el mismo instante sentí una pelvis contra mi culo, empujándome hacia adelante y aprisionándome contra la mesa. Dejé escapar una exclamación de sorpresa, mientras Helena me susurraba al oído:
“Shhh, despacito, amiga, que no entere el boludo de tu noviecito…”
En mi cabeza se formó un torbellino de pensamientos y sentimientos.
Por un lado la tremenda excitación en la que estaba, por otro la profunda vergüenza de que mi amiga me hubiese sorprendido haciéndome una paja a causa de mi novio; además un miedo aún mayor de que mi novio se enterase de lo que realmente pasaba en ese momento. No sé, si por la excitación, la vergüenza o el miedo, mi decisión fue que Víctor siguiera sin saber de mi relación con Helena; así que permanecí quieta, elevando bastante el tono de mis gemidos para así ahogar cualquier ruido que pudiese hacer ella a mis espaldas.
Víctor me pidió que me acariciara las tetas mientras seguía pajeándome, pero fue Helena entonces quien cumplió sus deseos, masajeándomelas por debajo de la remera, mientras su otra mano se hundía cada vez más profundamente en mi concha, que a esta altura ya estaba completamente dilatada y dejando escapar mis líquidos de una manera increíble.
Helena me susurraba al oído muy suavemente:
“Estás muy mojada, amiga; conmigo no te mojas tanto…”
Ella ahora comenzó a jadear conmigo, así que mi posición ahora era totalmente inclinada en la mesa apoyada con los dos brazos y mi boca literalmente pegada al micrófono jadeando y gimiendo con más volumen, para ahogar la posibilidad de que mi novio escuchase los intensos gemidos que daba mi novia.
Mientras Víctor continuaba dándome órdenes, Helena ya me bajaba mis pantalones junto con la tanga hasta los tobillos, para más comodidad.
Por un instante dejó de acariciarme y me susurró suavemente:
“Tengo una sorpresa para vos, amiga”
Con una de sus manos me sujetó con firmeza por el pelo y con la otra sentí que abría mis labios vaginales y hundía tres de sus largos dedos bien profundo dentro de mí, lubricándome con un intenso mete y saca…
De repente sus dedos me abandonaron, pero enseguida sentí algo duro que se abría paso buscando la entrada de mi concha, lo que no le costó mucho, gracias a mi lubricación.
En dos embestidas me metió ese objeto desconocido por completo, lo que yo acompañé con un profundo alarido que ayudó a ahogar el gemido de placer que Helena profirió al notar como se abría mi rajadura y me la llenaba por completo. Quise girar mi cabeza para ver qué era eso que me había llenado tan bien, pero Helena me tironeó otra vez del pelo, obligándome a mantener mi mirada hacia adelante.
Ella se quedó unos segundos totalmente quieta, sintiendo cómo ese aparato iba dilatando mi canal vaginal, para luego iniciar un desenfrenado ritmo de mete y saca bastante violento, al tiempo que tiraba fuerte de mi pelo hacia ella y me apretaba las tetas sin compasión.
A Víctor le gustaba darme por atrás, entonces dije en voz alta:
“Cómo me gustaría que estuvieses aquí para romperme el culo…”
Esperaba que Helena no desaprovechase la ocasión de sodomizarme y por supuesto mis palabras tuvieron el efecto deseado, ya que al instante sentí que retiraba por completo su poderoso juguete, para enterrarlo de una sola embestida en mi estrecho orificio anal. La penetración fue muy dolorosa, ya que no estaba para nada lubricada y menos tampoco mi culo estaba dilatado, lo que me arrancó un grito real que ahogó el hondo suspiro que dio Helena, al enterrar esa cosa masiva por completo dentro de mí culo.
Al mismo tiempo me tiraba del pelo hacia ella, lo cual me provocaba una intensa sensación de dominación, calentándome hasta el límite de lo imaginable.
De repente sentí un increíble orgasmo que me recorría desde la punta de los pies hasta las manos de Helena. Fue una sensación indescriptible.
Helena me soltó el pelo y se retiró muy despacio de mi culo, dándome unas palmadas en mis nalgas y acariciándolas suavemente. Giró por delante de mí y me tomó por la barbilla, diciéndome con su mirada que lo había pasado genial. Luego sacó la mano que llevaba escondida a su espalda y me mostró lo que tanto me había hecho gozar: un consolador de hule color negro, enorme en largo y bastante grueso, con una especie de dibujo de venas marcadas, imitando una gran verga de un negro.
La muy turra sonrió y regresó silenciosamente a su asiento.
Yo me quedé estirada sobre el escritorio, recuperando el aliento y sintiendo mis fluidos que escapaban de mi concha y se deslizaban por mis piernas.
El culo me ardía y sentía que había quedado muy dilatado.
Y mientras escuchaba a Víctor que jadeaba y eyaculaba cerca del micrófono, disfrutando de la paja que se había hecho mientras pensaba que yo me masturbaba para él.
Esa tarde pasó a buscarme temprano y terminamos cogiendo como salvajes en un telo; por supuesto, Víctor tardó años en enterarse de que las mejores pajas me las hacía Helena y que mis orgasmos se los dedicaba a ella…